El coste oculto de los banners de cookies y la regulación de la IA
En España, dedicamos 60 millones de horas al año a aceptar o rechazar banners de cookies.
Esto es un resultado directo de la Directiva ePrivacy, obligatoria desde 2011. Es un claro ejemplo de cómo una ley bienintencionada puede tener efectos negativos si no se implementa adecuadamente.
La Directiva ePrivacy buscaba proteger nuestra privacidad, pero ha generado una constante fatiga en la toma de decisiones. Cada vez que abrimos una página web, nos preguntan: ¿aceptas las cookies? ¿Esto sirve de algo? Lo irónico es que, en muchos casos, la opción para rechazarlas está oculta tras varios clics o incluso detrás de un muro de pago. Además, la mayoría de las personas no sabe, ni le importa, qué es una cookie, para qué sirve o cómo le afecta. ¿Cuáles son útiles y cuáles no?
La falta de una visión global y de comprensión sobre las implicaciones de esta ley ha llevado a su fracaso en muchos sentidos. Nunca debió ser responsabilidad de cada página web implementar esta opción. La solución estaba, y sigue estando, en los navegadores, donde deberíamos poder configurar nuestras preferencias globales y ajustarlas según sea necesario. Seguramente las presiones de algunas compañías influyeron en la regulación, inclinando la balanza a su favor.
Esto no es solo un problema de privacidad; es un síntoma de cómo regulamos la tecnología.
Algo similar está sucediendo con la inteligencia artificial. La experiencia con las cookies muestra cómo una regulación mal diseñada puede frustrar a los usuarios y entorpecer el avance tecnológico. En lugar de crear soluciones prácticas y fomentar la innovación, estamos regulando desde la complejidad, creando barreras que ralentizan el progreso.
No estoy en contra de regular; es necesaria. Pero una mala regulación no protege a los usuarios ni fomenta el crecimiento. Al contrario, frena la competitividad. ¿Cuántos países tienen leyes sobre IA? ¿Cuántas empresas líderes en IA hay en Europa?
Crear leyes no es una ventaja competitiva. Si queremos que Europa sea relevante en tecnología, debemos centrarnos en construir un entorno que permita a la innovación desarrollarse. No se trata de imponer límites, sino de crear un ecosistema donde las ideas prosperen y la tecnología impulse nuestro futuro.